15 Domingo B De dos en dos

Homilías de cuatro minutos

De dos en dos

La semana pasada san Pablo nos recordaba del aguijón en la carne que tenemos todos, un recuerdo de nuestra naturaleza caída. Esta semana en su carta a los Efesios nos habla de nuestra dignidad: “él nos eligió antes de la creación del mundo para que fuéramos santos y sin mancha en su presencia.” Tenemos siempre el peligro de caer en un extremo o en el otro. O pensamos que somos horribles o somos otro dios. Nuestra fe nos ayuda a conservar el balance. Estamos inclinados al mal, pero Dios nos puede ayudar a ser santos. Todos estamos llamados a la santidad, y si no la alcanzamos es porque en el fondo no estamos convencidos o no la queremos.

El Papa León Magno nos recuerda de esta realidad: “Cristiano, acuérdate de tu dignidad. Ahora que participas de la naturaleza de Dios, no vuelvas por el pecado a tu antigua condición. Acuérdate de quien es tu cabeza y cual es el cuerpo del que eres miembro. No te olvides que has sido rescatado del poder de las tinieblas y has sido transportado a la luz del reino de Dios. A través del sacramento del Bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo. No le eches fuera con una conducta pecadora, volviendo a ser otra vez esclavo del demonio, porque tu libertad ha sido comprada con la sangre de Cristo.” El Bautismo nos ha renovado y ahora pertenecemos a Dios. Él nos lo recuerda constantemente: “Tu eres mío, me perteneces.”

En el evangelio de hoy vemos a Jesús enviando sus apóstoles de dos en dos, a predicar la palabra de Dios, curar a la gente y expulsar demonios. Lo mismo ha hecho con nosotros. Nos ha puesto en medio del mundo, nombrado apóstoles a través del bautismo, y nos ha enviado a mostrar nuestra fe a los demás. El evangelio de hoy nos recuerda nuestra responsabilidad de traer Cristo a los demás. Es un buen momento hoy para preguntarnos cómo estamos llevando a cabo esta tarea, si pensamos cada día acerca de cómo ser testigos de nuestra fe ante los demás.

Jesús dio instrucciones especificas a sus apóstoles: “Les mandó que no llevasen nada para el camino, ni pan, ni alforja, ni dinero en la bolsa, sino solamente un bastón.” ¿Por qué estos mandatos? Porque no hay tiempo que perder. Hay que seguir caminando, al paso de Dios. Somos peregrinos, viajeros, transeúntes, siempre yendo de aquí para allá. Si te fijas en Jesús en el evangelio, siempre está de paso, marchando de un lugar a otro. No para en un mismo lugar por mucho tiempo. Quiere llegar a la mayor cantidad de gente posible, para anunciar la buena nueva a las muchedumbres, a toda clase de personas. Lo mismo debería suceder con nosotros.

Nada debería separarnos o distraernos de nuestra misión. Debemos sentir el sentido de urgencia que el evangelio nos muestra. Nacimos desnudos y no podemos llevarnos nada con nosotros a la otra vida. Nada debería detenernos. No podemos ir al cielo solos. Tenemos que traer con nosotros la gente que Dios ha puesto en nuestro camino. Vamos a rezar para ver cómo podemos ser mejores apóstoles, para descubrir los obstáculos en nuestro camino, lo que no nos deja ver lo que Dios quiere de nosotros.

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