29 Domingo B Los hijos de Zebedeo
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Los hijos de Zebedeo
Las lecturas de los últimos domingos proceden del capítulo 10 del evangelio de San Marcos. Vemos a Jesús caminando hacia Jerusalén, rodeado de sus discípulos, hablando con ellos, aprovechando el camino para formarles. Jesús también camina con cada uno de nosotros y deberíamos reconocer su presencia. Le acompañamos hacia la Jerusalén celestial. En un momento en que se sentaron para recuperar fuerzas, los dos hijos de Zebedeo aprovecharon para pedir algo importante. En el evangelio de San Mateo es su madre, Salomé, la que pide. Jaime y Juan, que Jesús llama Boanerges, hijos del trueno, eran con Pedro sus tres apóstoles preferidos. Tenían un lugar especial en su corazón. También nosotros podemos ser parte de ese grupo de amigos íntimos de Jesús.
Pidieron los dos mejores puestos en su reino. Eso es lo que significa sentarse a la diestra o siniestra de un rey. De repente todos se callaron, escuchando con las orejas tiesas, para ver lo que Jesús tenía que decir. Gracias a la predilección de Jesús, se podían llevar esos dos sitios. No hacía mucho que habían discutido entre ellos quien sería el mayor en su reino. A todos nos gusta ser famosos. Pensamos que somos mejores de lo que realmente somos, y nos sentimos infravalorados. Es asombroso lo que la gente hace para ser admirados, conseguir más clics, o aparecer en las noticias: seguir una dieta para perder kilos, ir al gimnasio para estar en forma, cirugía plástica, tatús, piercing, cambiar el color del pelo. ¿Qué hacemos para ser notados por Jesús?
Jesús les responde con una pregunta: ¿Podéis beber el cáliz que yo bebo? ¿Podéis seguirme en mi camino a la cruz? Ellos no esperaban lo que iba a ocurrir a Jesús. Pensaban que sería un nuevo líder, que iba a traer honor y gloria a los judíos. Sabemos cómo murió por nosotros y que quiere que le sigamos llevando cada uno nuestra cruz. Al final, a su derecha e izquierda en el Calvario, le acompañaron dos ladrones. Por nuestros pecados deberíamos estar allí. Esperemos ser por lo menos el buen ladrón.
Contestaron los dos a la vez, levantando la cabeza, los ojos llenos de orgullo: ¡Podemos! A Jesús le gustó su respuesta, su corazón grande, su ambición generosa. Pero quiso bajarlos a la realidad: es mi Padre quien concede estos puestos. Lo mismo nos pasa a nosotros. Pensamos que, si queremos, podemos seguir a Jesús, pero tenemos la experiencia de que solos nos caemos. Pero con él, todo es posible.
Cuando Jesús negó esos dos puestos principales a los hijos de Zebedeo, los otros diez demostraron su enfado por tratar de conseguirlos. Jesús aprovechó esa oportunidad para darles una lección: el que quiera ser el primero, que sea el último. Ese es el camino del cristiano. No es cuestión de poder o de control, sino de servir y dar nuestras vidas por los demás. Para seguir a Jesús venimos no a ser servidos sino a servir.
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