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Adviento: tiempo de espera

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02/12/2024 – Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento. Compartimos junto al padre Javier la catequesis del día en torno al evengalio del día:

“Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole» «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”
Mt 8,5-11


Tiempo de espera

Comenzamos el tiempo de adviento, que supone una alegre espera porque el que viene, Jesús, ya está llegando. Adviento quiere decir llegada, esperamos la venida del Señor. Viene a nosotros en el nacimiento de Jesús, memoria creyente del acontecimiento salvífico del Señor, que se actualiza. Y también va llegando mientras crece la expectativa de la segunda venida del Señor. La primera en el seno de María, la segunda entre nubes tras situaciones de mucho sacudón cosmológico. Por eso es necesario levantar la mirada.

El adviento debería ser un tiempo de silencio. Posiblemente no sea tan sencillo ni sea tan connatural a nuestro tiempo de fin de año, repleto de actividad y de cansancio acumulado. Sin embargo el adviento viene con gracia de silencio y nos hace, de alguna manera, vivir el final del año con una actitud de renovación interior que cambia y da un horizonte nuevo a lo que es nuestro ajetreo del año. Viene con gracia de silencio y por lo tanto es una invitación a la interioridad, a recuperar un espacio de reflexión, a tener un tiempo para meditar. Decía San Anselmo:

¡Huye un poco de tus ocupaciones! Entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones que te agobian y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Búscate tiempo para Dios y descansa. Habla con Dios y dile con todas tus fuerzas: “Quiero, oh Señor, buscar tu rostro” (salmo 27,8). Señor mío y Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo puedo encontrarte”
Es un tiempo para desde el corazón abrirnos a la búsqueda y a la expectación del Señor. Sería un buen ejercicio durante el tiempo del Adviento, que nos sentemos un rato intencionadamente, sin hacer nada, y preguntarnos qué es lo que propiamente espero, qué es lo que podría llenar mi vida, qué me falta. Sería bueno si también alguna noche podemos levantarnos en la noche a propósito para velar, para como el salmista poder rezar:” mi alma espera en el Señor más que el centinela la mañana”. Que la interioridad abierta en búsqueda sincera de encuentro con el Señor, aliente la conciencia de que el Señor, en verdad, está viniendo.

El hermoso diálogo del capítulo 25 entre el Zorro y el Principito: La relación de amistad, dice el zorro, es domesticarse. Es aprender uno de otro en la relación de amistad. Y eso se da, cuando nuestra cita es a la misma hora: si vienes a las 4 de la tarde, yo desde las 3 empezaré a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón.”.
Esto nos ayuda a disponer el corazón en el tiempo del adviento. ¿Cómo trabajar la espera del Señor? Mientras aguardamos el momento ansiado ya nos imaginamos cómo será el encuentro, y se va agitando el corazón a la expectación del nacimiento. A menudo, nuestras expectativas no suelen quedar satisfechas y a veces, tras esperar mucho tiempo, lo que llega no era como esperábamos y terminamos, de alguna manera, defraudados porque ese encuentro se desarrolla de forma que nos deja insatisfechos. Y no está mal que sea así. Cuando nuestra expectación están alineados a cosas pasajeras, a cierto placer o gusto que nos queremos dar, el encuentro con un alguien en particular, o la concreción de un momento final de una etapa del camino…. lo esperamos, y cuando pasó pasó, y no es que se nos colmó el alma. Salvo que todas esas expectativas con las que vamos esperando en la vida, todo esté puesto en relación al único que es capaz de colmar nuestro interior que es Dios para quien fuimos creados. A no ser que la vida esté en todas sus expectativas en cumplimiento de lo que pensamos para ser feliz esté orientada al único capaz de hacernos plenos y felices.

Aprender a esperar y a ordenar nuestras esperas y expectativas, domesticarnos. Hay que hacer un ritual de la espera, como dice el Principito. Como pueden ser el ritual de la corona del adviento o el pesebre, que pueden ayudar, o también otros ritos como una oración más prolongada, de modo que pueda disponer el alma para el encuentro.

Dar lugar a que aparezcan los deseos hondos

En el Adviento, como en el pesebre, nos enfrentamos con la realidad y con nuestros anhelos, que desbordan la realidad de nuestra vida. Tenemos hambre de cielo, hemos sido creados para Dios, y ningún otro bien puede saciar nuestro corazón. El éxito más grande, la mayor calificación en un examen, la más hermosa de las vacaciones, nada podrá satisfacer nuestras ansias. Ansias de cielo. Y el que viene, el Dios que llega en Cristo Jesús, haciendo memoria de su primer nacimiento y expectando su segunda venida, viene a regalarnos un poco de cielo.

En este tiempo de experiencia muy intensa, se despierta un anhelo en nosotros que espera mucho más que el momento pueda ofrecernos. El tipo de espera que hacemos a lo que viene tiene que tener dimensiones de grandeza, aunque sea que lo esperemos en lugares simples y sencillos como nuestra vida. Lo que hace grande la espera, es quien viene. Lo esperamos en casa, en la reconciliación de los vínculos, en la salud de nuestras enfermedades, lo esperamos como consuelo en medio de nuestras angustias, lo esperamos con el don de la fidelidad en nuestras infidelidades…. Lo que hace grande el momento del encuentro es la llegada del que viene, que Él da dimensiones distintas y agranda nuestro corazón. Mientras tanto, en esos mismos lugares donde lo esperamos, tenemos que disponernos a lo grande de su manifestación. Su manifestación siempre es sencilla, a nuestro modo de interpretación, incluso en el silencio. Como en Belén, que es la manifestación de la Palabra que se hace silencio. Simplemente hay un jadeo, un llanto del niño esperando a su madre.

Nosotros con mucha sencillez, esperando en los espacios interiores de silencio, en aquellos lugares donde esperamos la presencia de Dios, lo hacemos en silencio, con ayuno y gestos caritativos, de modo que podamos predisponer el espacio interior a su llegada. Que la vida se ensanche, se haga expresión de agradecimiento y compromiso por transformar lo que Dios nos pide que cambiemos, en nosotros como lugar de conversión y en los demás como lugar de compromiso en la caridad.

Tiempo para volver a oír las promesas de Dios

El tiempo del adviento es un tiempo favorable para sentirnos reconfortados de nuestros desengaños. Es posible hacer de la experiencia “de la frustración” o del “desencanto” de determinadas personas, objetos, hacer una liberación hacia adelante diciendo que no es del todo esto lo que en fondo anhelo. Eso nos abre en el más, y ahí Dios siempre busca ocupar el centro.

Si contemplo así mis desengaños, podré reconciliarme con la vulgaridad de mi vida sin caer en la resignación, sino todo lo contrario: precisamente esa banalidad de mi vida mantendrá despierto mi anhelo de Dios. Y así podré celebrar el Adviento, esperando que el mismo Dios irrumpa en esta vida, entre en mi mediocridad y, de esta forma, transforme todo. Esperar a Dios desde los lugares donde no hemos sido colmados, por distintos motivos. Desde nuestros lugares más deprimidos, desde allí esperarlo. Ponerle nombre a la expectación no cumplida según nuestra proyección de deseo de más. Y en todo caso, decir que lo no cumplido, lejos de ser una experiencia frustrada nos abre a más, que es ese

Dios que viene

En el Adviento nos confrontamos claramente con nuestras necesidades y deseos insatisfechos. Miramos por encima de los límites de nuestra vida. La mirada a la tierra prometida hace que crezca en nosotros el anhelo de mudarnos y de no acomodarnos para siempre en lo familiar y en lo conocido, para desde lo ya sabido ir a lo no conocido. Quien logra celebrar la expresión de su nostalgia, dice Ansel Grün, no tiene necesidad de ahogar sus deseos insatisfechos en refugios enfermizos. Y así descubrirá en sí dónde radica el peligro de huir hacia sucedáneos morbosos. La celebración del Adviento quiere ayudamos una vez más a transformar las huidas en deseos positivos.

En el tiempo de Adviento oímos las promesas de Dios tal como los profetas nos las han transmitido. En ellas se nos ha anunciado que las aguas surgirán en medio del desierto, que las espadas se cambiarán en arados y que el lobo y el cordero, la pantera y el cabrito, vivirán juntos pacíficamente. Esto no son ilusiones piadosas con las que los profetas quieren arrullamos; son más bien sueños en los que descubrimos nuestras propias posibilidades. Son los sueños de Dios en nosotros. A ese adviento queremos confrontar estas cuatro semanas, en reencuentro con la posibilidad de Dios y en la posibilidad de poner todo en su lugar desde Él.

La entrada Adviento: tiempo de espera se publicó primero en Podcast.

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“Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole» «Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo». Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace». Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos”
Mt 8,5-11


Tiempo de espera

Comenzamos el tiempo de adviento, que supone una alegre espera porque el que viene, Jesús, ya está llegando. Adviento quiere decir llegada, esperamos la venida del Señor. Viene a nosotros en el nacimiento de Jesús, memoria creyente del acontecimiento salvífico del Señor, que se actualiza. Y también va llegando mientras crece la expectativa de la segunda venida del Señor. La primera en el seno de María, la segunda entre nubes tras situaciones de mucho sacudón cosmológico. Por eso es necesario levantar la mirada.

El adviento debería ser un tiempo de silencio. Posiblemente no sea tan sencillo ni sea tan connatural a nuestro tiempo de fin de año, repleto de actividad y de cansancio acumulado. Sin embargo el adviento viene con gracia de silencio y nos hace, de alguna manera, vivir el final del año con una actitud de renovación interior que cambia y da un horizonte nuevo a lo que es nuestro ajetreo del año. Viene con gracia de silencio y por lo tanto es una invitación a la interioridad, a recuperar un espacio de reflexión, a tener un tiempo para meditar. Decía San Anselmo:

¡Huye un poco de tus ocupaciones! Entra un instante en ti mismo, apartándote del tumulto de tus pensamientos. Arroja lejos de ti las preocupaciones que te agobian y aparta de ti las inquietudes que te oprimen. Búscate tiempo para Dios y descansa. Habla con Dios y dile con todas tus fuerzas: “Quiero, oh Señor, buscar tu rostro” (salmo 27,8). Señor mío y Dios mío, enseña a mi corazón dónde y cómo tengo que buscarte, dónde y cómo puedo encontrarte”
Es un tiempo para desde el corazón abrirnos a la búsqueda y a la expectación del Señor. Sería un buen ejercicio durante el tiempo del Adviento, que nos sentemos un rato intencionadamente, sin hacer nada, y preguntarnos qué es lo que propiamente espero, qué es lo que podría llenar mi vida, qué me falta. Sería bueno si también alguna noche podemos levantarnos en la noche a propósito para velar, para como el salmista poder rezar:” mi alma espera en el Señor más que el centinela la mañana”. Que la interioridad abierta en búsqueda sincera de encuentro con el Señor, aliente la conciencia de que el Señor, en verdad, está viniendo.

El hermoso diálogo del capítulo 25 entre el Zorro y el Principito: La relación de amistad, dice el zorro, es domesticarse. Es aprender uno de otro en la relación de amistad. Y eso se da, cuando nuestra cita es a la misma hora: si vienes a las 4 de la tarde, yo desde las 3 empezaré a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro, me agitaré y me inquietaré; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes en cualquier momento, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón.”.
Esto nos ayuda a disponer el corazón en el tiempo del adviento. ¿Cómo trabajar la espera del Señor? Mientras aguardamos el momento ansiado ya nos imaginamos cómo será el encuentro, y se va agitando el corazón a la expectación del nacimiento. A menudo, nuestras expectativas no suelen quedar satisfechas y a veces, tras esperar mucho tiempo, lo que llega no era como esperábamos y terminamos, de alguna manera, defraudados porque ese encuentro se desarrolla de forma que nos deja insatisfechos. Y no está mal que sea así. Cuando nuestra expectación están alineados a cosas pasajeras, a cierto placer o gusto que nos queremos dar, el encuentro con un alguien en particular, o la concreción de un momento final de una etapa del camino…. lo esperamos, y cuando pasó pasó, y no es que se nos colmó el alma. Salvo que todas esas expectativas con las que vamos esperando en la vida, todo esté puesto en relación al único que es capaz de colmar nuestro interior que es Dios para quien fuimos creados. A no ser que la vida esté en todas sus expectativas en cumplimiento de lo que pensamos para ser feliz esté orientada al único capaz de hacernos plenos y felices.

Aprender a esperar y a ordenar nuestras esperas y expectativas, domesticarnos. Hay que hacer un ritual de la espera, como dice el Principito. Como pueden ser el ritual de la corona del adviento o el pesebre, que pueden ayudar, o también otros ritos como una oración más prolongada, de modo que pueda disponer el alma para el encuentro.

Dar lugar a que aparezcan los deseos hondos

En el Adviento, como en el pesebre, nos enfrentamos con la realidad y con nuestros anhelos, que desbordan la realidad de nuestra vida. Tenemos hambre de cielo, hemos sido creados para Dios, y ningún otro bien puede saciar nuestro corazón. El éxito más grande, la mayor calificación en un examen, la más hermosa de las vacaciones, nada podrá satisfacer nuestras ansias. Ansias de cielo. Y el que viene, el Dios que llega en Cristo Jesús, haciendo memoria de su primer nacimiento y expectando su segunda venida, viene a regalarnos un poco de cielo.

En este tiempo de experiencia muy intensa, se despierta un anhelo en nosotros que espera mucho más que el momento pueda ofrecernos. El tipo de espera que hacemos a lo que viene tiene que tener dimensiones de grandeza, aunque sea que lo esperemos en lugares simples y sencillos como nuestra vida. Lo que hace grande la espera, es quien viene. Lo esperamos en casa, en la reconciliación de los vínculos, en la salud de nuestras enfermedades, lo esperamos como consuelo en medio de nuestras angustias, lo esperamos con el don de la fidelidad en nuestras infidelidades…. Lo que hace grande el momento del encuentro es la llegada del que viene, que Él da dimensiones distintas y agranda nuestro corazón. Mientras tanto, en esos mismos lugares donde lo esperamos, tenemos que disponernos a lo grande de su manifestación. Su manifestación siempre es sencilla, a nuestro modo de interpretación, incluso en el silencio. Como en Belén, que es la manifestación de la Palabra que se hace silencio. Simplemente hay un jadeo, un llanto del niño esperando a su madre.

Nosotros con mucha sencillez, esperando en los espacios interiores de silencio, en aquellos lugares donde esperamos la presencia de Dios, lo hacemos en silencio, con ayuno y gestos caritativos, de modo que podamos predisponer el espacio interior a su llegada. Que la vida se ensanche, se haga expresión de agradecimiento y compromiso por transformar lo que Dios nos pide que cambiemos, en nosotros como lugar de conversión y en los demás como lugar de compromiso en la caridad.

Tiempo para volver a oír las promesas de Dios

El tiempo del adviento es un tiempo favorable para sentirnos reconfortados de nuestros desengaños. Es posible hacer de la experiencia “de la frustración” o del “desencanto” de determinadas personas, objetos, hacer una liberación hacia adelante diciendo que no es del todo esto lo que en fondo anhelo. Eso nos abre en el más, y ahí Dios siempre busca ocupar el centro.

Si contemplo así mis desengaños, podré reconciliarme con la vulgaridad de mi vida sin caer en la resignación, sino todo lo contrario: precisamente esa banalidad de mi vida mantendrá despierto mi anhelo de Dios. Y así podré celebrar el Adviento, esperando que el mismo Dios irrumpa en esta vida, entre en mi mediocridad y, de esta forma, transforme todo. Esperar a Dios desde los lugares donde no hemos sido colmados, por distintos motivos. Desde nuestros lugares más deprimidos, desde allí esperarlo. Ponerle nombre a la expectación no cumplida según nuestra proyección de deseo de más. Y en todo caso, decir que lo no cumplido, lejos de ser una experiencia frustrada nos abre a más, que es ese

Dios que viene

En el Adviento nos confrontamos claramente con nuestras necesidades y deseos insatisfechos. Miramos por encima de los límites de nuestra vida. La mirada a la tierra prometida hace que crezca en nosotros el anhelo de mudarnos y de no acomodarnos para siempre en lo familiar y en lo conocido, para desde lo ya sabido ir a lo no conocido. Quien logra celebrar la expresión de su nostalgia, dice Ansel Grün, no tiene necesidad de ahogar sus deseos insatisfechos en refugios enfermizos. Y así descubrirá en sí dónde radica el peligro de huir hacia sucedáneos morbosos. La celebración del Adviento quiere ayudamos una vez más a transformar las huidas en deseos positivos.

En el tiempo de Adviento oímos las promesas de Dios tal como los profetas nos las han transmitido. En ellas se nos ha anunciado que las aguas surgirán en medio del desierto, que las espadas se cambiarán en arados y que el lobo y el cordero, la pantera y el cabrito, vivirán juntos pacíficamente. Esto no son ilusiones piadosas con las que los profetas quieren arrullamos; son más bien sueños en los que descubrimos nuestras propias posibilidades. Son los sueños de Dios en nosotros. A ese adviento queremos confrontar estas cuatro semanas, en reencuentro con la posibilidad de Dios y en la posibilidad de poner todo en su lugar desde Él.

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